Por Adlai Stevenson Samper

La historia, teñida de un matiz mítico y de leyenda de la música vallenata presenta la epopeya de juglares sudorosos y acordeón cruzado, en itinerarios por pueblos y haciendas regando las noticias de la provincia. Se les equiparó, versión criolla medieval, a los juglares, desconociendo un oficio vilipendiado y excluido de las castas sociales, buscando la supervivencia a cambio de ron, comida y regalos. Alejo Durán lo dice: “Lo que pasaba es que en la costumbre de antes, el acordeonero era para parrandear, se amanecía con el acordeón en la calle y los parranderos también cantaban”.

Sentencia definitiva confirmada por un hecho: Alejo no tomaba. Pacho Ra

Pacho Rada

da, otro de los grandes, decía: “No existía pueblo que no contara con varias cantinas. Como en esa época no existía la radio y mucho menos las vitrolas y radiolas, era costumbre que en las cantinas siempre hubiese un acordeón y así los músicos no estaban obligados a viajar con el instrumento”. Agrega Leandro Díaz: “Era tan de pobres su música que algunos acordeoneros no tenían plata para pagar un cajero y la mayoría tocaba a cambio de tragos y sancochos. Los acordeoneros eran seres de baja ortografía, despreciados por casi toda la sociedad, que vivían y vestían mal, tomaban trago durante tres días y no se cambiaban de ropa”.

Leandro Díaz

Buscando además, las bonanzas, como la de la Zona Bananera a principios del siglo XX, donde se movía mucho dinero y parrandas. Mientras tanto Valledupar, un pueblo del antiguo Magdalena Grande, al que solo se abrió una trocha de comunicación en 1930 bajo el gobierno de Alfonso López Pumarejo, continuaba en su sueño de grandes haciendas y la conformación de una “clase alta” que despreciaba la música de acordeón. Señala al respecto Consuelo Araújo Noguera que “Esa música era compuesta, tocada y mantenida únicamente por las clases populares sin que trascendieran sus manifestaciones hacia la clase alta que las rechazaba y las sigue rechazando y solo hasta 1958, donde penetró en la sociedad bogotana, produjo más por fenómeno de esnobismo que un principio de apreciación, la aceptación dentro de las clases altas locales”.

Consuelo Araújo y Diomedes Díaz

Buen dato corroborado por el artículo 62 de los férreos reglamentos del Club Valledupar: “Queda terminantemente prohibido llevar a los salones del club música de acordeón, guitarras o parrandas similares”. Dice Leandro Díaz: “Al Club Valledupar, creado para diversión de los pudientes, no podía entrar un acordeonero. El primero que lo hizo fue Colacho Mendoza. Lo llevó Poncho Castro y le dieron una puñera para sacarlo porque estaba prohibido”.

Por otro lado, en Barranquilla y Cartagena, la radio e industria disquera comenzaba a explorar el filón comercial de esta música.  Con guitarras, al estilo de Guillermo Buitrago, el Trío Magdalena y Bovea y sus Vallenatos. Con acordeón con Pacho Rada, José María Cuesta, Abel Antonio Villa; entre otros.  Tambien la tertulia de Los Magdalenos en Bogotá, que magnifican los trances de esta incipiente música y escritores cercanos culturalmente a la zona de influencia del vallenato como Álvaro Cepeda Samudio y Gabriel García Márquez, quienes plantean en 1966 un festival vallenato en la población de Aracataca.

Por esos mismos años se agita la idea de creación del nuevo departamento del Cesar con capital en Valledupar segregándolo del Magdalena.  Un grupo de dirigentes políticos enganchan en el proyecto a varios acordeoneros como muestra de la identidad cultural del nuevo ente territorial y es así como el 21 de diciembre de 1967 nace a la vida administrativa nacional nombrando el presidente Carlos Lleras a Alfonso López Michelsen como su primer gobernador. Un mes después, el 22 de enero de 1968, en casa de Hernando Molina, se reúnen Consuelo Araujo, Miriam Pupo de Lacouture, Fernando Mazuera, Graciela Bermúdez y Álvaro Escallón Villa para delinear la fundación del Festival de la Leyenda Vallenata. Fue la entrada gloriosa, definitiva de los despreciados acordeoneros a la sociedad vallenata.

Con el arranque del Festival de la Leyenda Vallenata empieza una nueva era para esta música. Surgen cantantes y acordeoneros que impulsan el género en la industria disquera barranquillera y bogotana, sobre todo por los lados de la multinacional CBS, hoy Sony Music. Coincide con la llegada a la presidencia en 1974 de Alfonso López Michelsen .

Los saludos y las canciones dedicadas a los nuevos potentados se convierten en himnos y súbitamente, de la noche a la mañana, los músicos vallenatos cobran altas sumas por maratónicas parrandas y presentaciones.  Un ejemplo de lo anterior es la letra de El gavilán mayor, compuesta por Hernando Marín y cantada por Diomedes Díaz: Yo soy allá en mi tierra el enamorador / Soy buen amigo y valiente también / de las hembras soy el conquistador / de mil claveles soy el chupaflor / y en mi chinchorro me puedo mecer / Yo soy el gavilan mayor / Y en el espacio soy el rey…

La música vallenata se convierte en buen negocio. Fincas, carros, viajes y presentaciones en clubes sociales y televisión. Empieza la preocupación del deslumbre urbano con el consecuente alejamiento del bucólico mundo campesino de ríos, acequias, pajaritos, montañas y sabanas. Presagio creado por el Binomio de Oro y que después seguiría, con estilo propio Carlos Vives y tras él, la nueva ola del vallenato. Cantantes enfundados en la estética del pop, con un arsenal de instrumentos, brincando en escena y coreado por sus fans.

Atrás quedó aquella época de andanzas por los pueblos, con el acordeón terciado, tocando en parrandas interminables por ron y comida.

 

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