Algo debe tener el Festival Vallenato y Valledupar que todo el que va allí por primera vez, quiere volver.
Y es que esa capital y su fiesta magna tienen un encanto y una magia única que se siente desde el mismo momento que el visitante pone un píe en ella.
Lo primero que hay que decir es que los vallenatos son excelentes anfitriones. Las puertas de sus casas siempre están abiertas para acoger a los visitantes. Uno no sabe cómo, pero tienen tiempo para divertirse, atender sus cosas y ungir como excelentes anfitriones. Siempre hay tiempo y motivos para armar una parranda en sus acogedoras casas, en sus patios, o en el kiosco que parece ser una marca de esa región. El licor, la comida y la agradable conversación, ruedan por todos lados.
Después está el clima, el paisaje, lo que la naturaleza ofrece, junto a un gran sentido de pertenencia y amor por lo que tienen. Los vallenatos viven orgullosos de su tierra, de sus costumbres, de su folclor, y además de cuidarlo, lo promocionan, lo cuidan, lo comparten.
Adicionalmente, el Festival ofrece la oportunidad de estar muy cerca a los protagonistas. Los concursos, el alma del mismo, se realizan en espacios abiertos y hermosos, de fácil acceso, la mayoría de ellos con entrada gratuita, y si se cobra, el valor es simbólico.
Los críticos cuestionan los altos costos de los conciertos centrales que son sólo un complemento de la fiesta. Pero las boletas siempre se agotan porque en comparación con eventos similares, tienen un costo relativamente cómodo.
La magia del Festival tiene que ver también con la posibilidad de hacer un turismo bien ecológico, con paseos al río, a los cerros cercanos, a las fincas y poblaciones vecinas.
Y para los que amamos el folclor, ver y escuchar a tantos intérpretes de este aire musical, lo llenan a uno de orgullo.
Plaza Alfonso López
La plaza está dentro del sector colonial de la ciudad de Valledupar. Aquí nació el Festival. Es el alma de la capital del Cesar y del Festival. Es el escenario donde se realizan las principales rondas de los concursos de acordeoneros profesionales y canciones inéditas.
El sitio que actualmente ocupa la plaza era habitado por indígenas Chimilas de la tribu Eupari. Allí llegaron los primeros españoles y construyeron sus viviendas alrededor de ella. Cuenta la historia que en 1936, el dirigente político y agricultor Eloy Quintero Baute sembró árboles de mango en el lado de la plaza que colinda con la Carrera 16 y que hoy son símbolos de la ciudad.
La Pedregosa
A un kilómetro de Valledupar, por la vía que conduce a El Rincón está ubicado uno de los mágicos escenarios del Festival: el Centro Recreacional La Pedregosa de la Caja de Compensación del Cesar. Allí entre frondosos árboles, hermosos jardines y el ambiente familiar, se desarrolla el concurso de Acordeoneros infantiles.
Feria Ganadera
El recinto ferial se vuelve en el sitio ideal para parrandas que se aprecian bajo los frondosos árboles que tiene el lugar. Los compositores, noveles y veteranos congregan a su alrededor una gran cantidad de público.
Camino a La Paz se encuentra el recinto que alberga a los románticos, los costumbristas, los que todavía se atreven a escribir canciones. El escenario por sí solo merece ser visitado, y si se está en Festival es obligatorio pasar por allí.
Parque de la Leyenda
Es el epicentro de todo. Allí funcionan las oficinas, se realizan las finales de los concursos y se hacen los conciertos principales.
El Parque que lleva el nombre de quien se atreviera a soñarlo: Consuelo Araújo Noguera es un conjunto arquitectónico con una extensión de 23 hectáreas, ubicado al norte de la ciudad, en la margen derecha del río Guatapurí. Está compuesto por un bosque de arbustos plantados en donde se halla la tarima Colacho Mendoza del Coliseo Cacique Upar con una capacidad de 40 mil espectadores, un lago artificial, un conjunto de senderos peatonales y un extenso parqueadero público.
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