Adlai Stevenson Samper
Igual a un alquimista sonoro, mezcló gran parte de los ritmos del Caribe en un sandunguero coctel para los bailadores. Hizo de todo: los creó, los adaptó, los copió. Siempre pensando, como diría pleno de entusiasmo nocturno en un documental televisivo de Ernesto McCausland cuando grababa en 1999 en los estudios Fuentes de Medellín, en los pases y claves que guiaban la lógica de los bailadores, confesando, con los ojos abiertos mirando el techo, que esa era la máxima prueba de sabor para indagar si corría con el afecto del público.
Un entresijo de culturas sonoras estudiadas al desgaire de las herencias sonoras que circulan libres por los barrios del Caribe. Desde cuando andaba con el recipiente de latón en la cabeza por las calles del barrio Nariño en Cartagena cantando las canciones de Raphael y soñaba con ser un baladista. Su posterior encuentro a los 13 años con las músicas de las sabanas de Sucre y Córdoba de las manos de Rubén Darío Salcedo que lo enseñaría a gritar, de recuerdo, en pleno repiqueteo del tambor: “En la plaza Majagual, Sincelejoooo!”
Con los duros de La Protesta en Barranquilla, puros brothers aproximándose a la salsa neoyorkina de Willie Colón, hasta la llegada a la fama en Medellín, con la tesura de Fruko, siguiendo los pasos musicales de Riche Ray, el piano brincando al compás del timbal y las trompetas soltando su apoteosis épica. Allí mismo aprendería en los estudios de Fuentes la lógica del pasito cachaco con Los Lideres y las inspiraciones entreveradas de salsa y chuchucu de Los Latin Brothers.
Pero allí, en esas agrupaciones, no era Joe quien tomaba las decisiones finales. Solo cuando fundó su orquesta La Verdad pudo alcanzar su independencia sonora desarrollando sus mezclas y cocteles afro caribeños, bautizando a una modalidad de ellos con la denominación Joeson. Que en lo básico consiste en la adaptación a los bailadores colombianos del soukus africano y sobre todo, del compás haitiano, al que le colocaba los alegatos franceses de “Oui Madame” y el célebre “Ulalalalaa!”
Allí, en el estudio y aprendizaje en las sesiones nocturnas en su casa de la carrera 38 con calle 80 en Barranquilla, escuchaba una y otra vez los discos haitianos que le llevaban sus compadres y amigos. Repetidos una y mil veces hasta que por fin, le encontraba la gracia, le hacía la comba al coro y producía su propia versión. Una nueva mirada sobre la música del Caribe bajo la perspectiva de Álvaro José englobada bajo la denominación de Joeson y que muchas veces la dedicaba a “los champetuos”.
HERENCIA DE CANTADORAS
Una de las primeras aproximaciones a las cantadoras de bullerengue que enfrentó Joe Arroyo fue grabando, mucho antes que lo hiciera Toto La Momposina, el tema ‘Dolores tiene un piano’, de Estefanía Caicedo, la iluminada de Chambacú. Algunos de sus músicos y él mismo la conocían y trataban en Cartagena. En una grabación posterior, le dedica un mosaico en donde la saluda, con repique de tambor alegre: “Un homenaje sincero para Estefanía Caicedo/ aunque te encuentres ausente de la tierra de los vivientes/ yo siempre tendré presente que tu pluma fue diciente/ que la conozca el pueblo”.
Después seguiría con un juego de velorios del lumbalu palenquero: El loro y la lora, estaba loreando; rematando con el canto de labranza: Trabajá, compañero, trabajá. Allí intercala las gaitas macho y hembra, de la herencia indígena, lo que le serviría para entablar un dialogo musical posterior en un mosaico dedicado a los gaiteros de San Jacinto introduciéndolo con la conocida decima de Gabriel Segura: “Por sus fiestas novembrinas y su santo San Martín llevamos alegría sin fin hasta tus playas marinas!”
El homenaje a Irene Martínez introduce el tema en el clásico lereleo de las cantadoras bullerengueras: “Esta es la canción, la última película”. Después entra con ‘Rosa que linda eres’-un tema que se disputa el folclor Caribe colombiano y el son cubano- sigue con corre morenita soba y remata con el duro mambaco en donde sale, milagros de la tecnología, la voz de la cantadora acompañando al Joe en los pregones. La Chula, cantadora de las riberas del río Magdalena de tambora, berroche y guacherna también le proveyó al Joe un mosaico: “Mi papá y mi mamá, mi hermanito y yo, comimos de un huevo”. Ante el éxito del experimento, grabó, de la misma cantadora, el minimalista tema sobre La Tortuga… que estaba debajo del agua haciendo su nido como cosa rara. Estaba la tortuga bajo del agua…
De todo haría Arroyo al respecto. Rescató clásicos de los años sesenta como Compadrito y Otra noche de Ilusión. Pero más importante aún: replanteó los chandes, fandangos y porros e incluso llegó al atrevimiento de mezclar compass haitiano con cumbia en ‘A mi Dios todo le debo’. Todavía no se ha evaluado en debida forma y con el rigor que se merece, los aportes a la cultura sonora del Caribe colombiano bajo la voz y orquesta de Joe Arroyo y sobre todo de comprender en la fusión de ritmos la dinámica social de los últimos cuarenta años del siglo XX y la década inicial del XXI.
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