“Triunfantes, el trabajo que promueve desde junio del año anterior con su acordeonero Elías Mendoza, presenta su sencillo ‘Hipócrita’, un tema de una letra fuerte pero que se ajusta  a la realidad de las relaciones de pareja”.

Por Katia Díaz Silvera

La primera vez que Churo Díaz cantó en una parranda fue a los 7 años. Se hizo hombrecito en la casa de Fabio Zuleta, su tío;  en medio de las tertulias y el son del acordeón, la guacharaca y los versos del viejo Emilianito, Poncho, el Mono Fragozo y hasta de Moralito. Esa noche que cantó, – estaba ahogado—dice, advertía que el hijo de Adaníes Díaz, estaba para grandes cosas.

“El tema mío era meterme y que me dejaran cantar y aún sin la voz echa ya quería que me escucharan. Así me la pasaba cada fin de semana hasta que lo hice, sin técnica, canté un tema de mi papá. Lo hice con tanta seguridad que gané los aplausos de los que allí estaban”.

 

Él, en ese entonces no alcanzaba a dimensionar el tamaño de la sombra que tenía detrás. Su padre murió cuando estaba de brazos y su madre lo mandó de Urumita para Valledupar a estudiar. Escuchar el nombre de su padre, el cariño y la admiración de la gente hicieron que en el Churo se despertara esa responsabilidad por el legado del papá que no conoció. –Ese es el vacío que tengo en mi corazón—, dice como si lo imaginara. “Es muy bonito que llegue a algún lado y me lo recuerden, que me muestren fotos y me digan una anécdota, entonces dimensiono su grandeza y lo que significa para el folclor vallenato el nombre de mi padre”.

Churo Díaz es identificado por el vallenato de buena letra y  arreglos, un artista de una generación emergente que guarda la proporción del género que interpretaban los maestros. Es por ello que en tan poco tiempo de carrera posicionó su música.

Antes de llegar a su primer festival en Valledupar (2005) con su acordeonero Iván Zuleta, ya Churo había festivaleado por toda La Guajira, salió triunfante ante uno de los públicos más exigentes en el folclor vallenato. Desde entonces, él no deja de presentarse en esta plaza, la más apetecida para cualquier intérprete del género del acordeón.

“Estar en la plaza es un compromiso, ahí se concentran todas las miradas de todo el territorio nacional. Siento el sustico de que te vea tanta gente. Respeto y emoción, son sentimientos encontrados. Siento que Dios me premia cada vez que me presento ahí y en Valledupar, donde soy uno de los artistas que más presentaciones tiene”.

La música lo sacó de una universidad de Valledupar cuando ya llevaba cuatro semestres de Derecho. “Me gustaba la odontología, pero no había para eso, mi primo, Iván, me dijo que estudiara Medicina, que me ayudaba, pero no me gustaba y me incliné por el Derecho, –ríe— y al mismo tiempo cantaba”.

 

 

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