Una mañana de diciembre de 2010, Rafael Flórez reunió a su familia y le informó que había renunciado al trabajo para dedicarse de lleno a convertir a su hijo en una estrella. Tomó todos sus ahorros, más el dinero que le habían dado de la liquidación, y empezó a construir un estudio de producción musical en su casa, al lado de la cocina. Cuando terminó de adecuarlo se sentó con Kevin, el segundo de sus cuatro hijos, y le dijo: “Si te quieres dedicar en serio a esto no podrás estudiar una carrera. Además no hay plata porque ya me la gasté toda. Te vas a tener que encerrar conmigo aquí todos los días hasta que lo logremos”.
Y lo lograron. Su hijo, Kevin Flórez, tenía 19 años de edad y empezaba a ser reconocido en Cartagena y Barranquilla en los géneros de moda de la música “urbana”. Hip hop, Rap ,Dancehall. Hoy, con 23 años, es una de las estrellas más importantes del país, sus canciones ocupan los primeros lugares en las estaciones de radio, ha participado en varios shows internacionales y por cada presentación cobra el equivalente a lo que su padre ganaba en un año de trabajo. “Demostré que no estaba loco, pero fue muy difícil. Mi familia y los vecinos eran el problema más pequeño. Lo más jodido fue ganar un lugar para Kevin en la champeta“, cuenta Rafael Flórez.
Está sentado en un sofá. Lo rodean varios cantantes de champeta de la vieja y de la nueva generación. Lo escuchan como si les hablara el mismísimo Buda. Todos reconocen que él y su hijo dieron el salto que ninguno había podido dar en las cuatro décadas de historia del género.